viernes, 24 de marzo de 2017

MI AMIGO CHUCK

Muy pocos entienden que  el vinilo es una grabación electromagnética con el registro más fiel que mejor reconoce el oído humano. En cambio, el disco digital es una codificación y descodificación de un código binario y, por tanto, no es una grabación física. Al margen de esta innegable realidad, el vinilo representa una especie de fetichismo cultural. Un objeto que, como nos pasa con los libros físicos, podemos tocar y hasta oler. Ya sea con un Blues o con el Rock and Roll más canónico, siempre es un lujo poner el tocadiscos y que los sentimientos fluyan.

 Para mí es impensable desprenderme de esos discos que compre en tiendas de media Europa. Y del vinilo paso a las Jukebox. Esa máquina que reproduce discos seleccionados por los clientes que solíamos echar monedas para escuchar aquello que nos convenía  en ese momento. Tal vez una balada para convertir una fría rubia en una Diosa del amor o un himno juvenil que desprende rebeldía.

Hace unos días mi tocadiscos echaba humo con los vinilos de Chuck Berry, ese rockero de San Luis que siempre ha venido a endulzarme los momentos más duros. Ese hombre que no falla ni después de muerto.  Esa criatura que cuando vio a un hombre blanco por primera vez- en realidad era un bombero- pensó que se había quedado pálido por el fuego a lo que su padre contestó ;“no, son así todo el tiempo”. Ese tipo que fue encarcelado por cruzar la frontera con una menor de edad de origen apache. Ese genio del que todos los blancos se aprovecharon y que, pese a todo, ha sido the last man standing con permiso de Jerry Lee Lewis. Y es como muy bien dijo John Lennon; “Si tuviera que renombrar el Rock and Roll lo llamaría Chuck Berry”.  Para un servidor,  Charles Edward 
Anderson Berry ha sido y será mi mejor amigo y la más fiel de las compañías.

¡Gracias!

Sergio Calle Llorens



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