miércoles, 17 de septiembre de 2014

EL PRIMER DÍA


Dicen que los hombres con los años nos convertimos a la monogamia, si no in mentis al menos de facto. Consecuencia de que la fémina es, a la vez, babel y laberinto. Ese vigor inseminador se va perdiendo y lo de los pases del Molino, de mañana, tarde y noche se dan con cuentagotas en los asuntos del tálamo. No queremos arriesgar aunque la mujer esté como el solomillo, valga el símil cárnico. Mucho que perder, poco que ganar. Luego vienen las lamentaciones y esa cara que se nos queda como de tetilla gallega. Insisto, dicen, porque yo cada vez sé menos de esas cuestiones.

Ayer mismo tomaba un refresco junto al mar tras machacarme con la bicicleta. La camarera estaba para mojar pan y lo que se tercie pero, a pesar de lo guapísima que era, mantuve mi  habitual actitud contemplativa,  muy provenzal por otra parte. Por un momento temí que viniera a hablar conmigo y rompiera la magia del momento. Creo que las mujeres son como los libros, espejos en los que sólo vemos lo que nosotros tenemos dentro. Aún así, la belleza exterior no me es suficiente. El destino de las relaciones suele estar siempre a la vuelta de la esquina. Como si fuese un separado, un amargado, o un padre con muchos hijos que no tiene ni para tomar el metro. Sus tres encarnaciones más socorridas. En estos tiempos tan extraños los hombres lo tenemos muy crudo. 

Suelo huir de cualquier plantel de damas con la virtud en alquiler. Y mucho más de las Venus de baratillo.  Prefiero catalogar reflejos sobre el mediterráneo. Esa bruma del amanecer lamiendo mi balcón con querencia otoñal porque sí, la otoñada puede sentirse en el ambiente. También me pierdo por bosques oscuros y, cuando la luna no viene a mi rescate, aquella versión que hizo Debbie Harrie con su banda sobre un tema de Buddy Holly allá por el 78 cumple con lo requerido. No necesito mucho más. A lo sumo una copa de vino y un buen libro.

Mis esfuerzos se centran en encontrar ese lugar donde los vendedores de paraísos, terrenales o celestiales, no tengan acceso.  Un espacio propio e intransferible vetado a los cretinos. En cualquier caso me queda lo mejor de mi vida. La vida en mis años. El fuego en mis huesos. La magia que me ha llevado hasta aquí vuelve a tocar la palma de mis manos. Sé lo que antes no sabía. He experimentado lo que la gran mayoría de hombres sueña. Y todo con este careto que, por cierto, con el conjunto de mi cuerpo está contribuyendo negativamente al calentamiento del planeta.

Sé lo que quiero y conozco adonde ir a buscarlo. Doy por terminada una época gloriosa de mi vida. Ahora me toca bailar a ritmo de frenético Rock and Roll. Con las llamas del invierno se extinguirán para siempre el espectro de los que me quisieron mal. El fantasma de las navidades pasadas de Dickens se quedará para siempre en el pretérito que, fundamentalmente, es a la dimensión a la que pertenece. La lluvia arañará los tejados. No hace falta que ustedes me recuerden y, si lo hacen, mejor que sea a escondidas. Hoy es el primer día del resto de mi vida.


Sergio Calle Llorens

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